Creo que el autor (al menos en mi caso) logró cumplir el objetivo y convencerme de que el mundo en el que vivimos no es tan malo como nos muestran los medios. Como una persona optimista, siempre trato de enfocarme en el lado bueno de las cosas aunque se sabe desde hace mucho tiempo que lo que es malo, aterrador y excepcionalmente brutal atrae la atención de la audiencia más que las buenas noticias. En el libro me gusta especialmente la idea de incluir un pequeño test al inicio de la lectura, el cual está diseñado para poner a prueba nuestros conocimientos o creencias sobre el desarrollo del mundo en diversas áreas básicas como medicina, educación, economía, etc. La prueba es interesante porque demuestra que nuestra inteligencia no es decisiva.
Por muy sabios y educados que seamos, todos tenemos una percepción del mundo totalmente equivocada y confusa. El autor nos ayuda a comprender por qué sucede esto, por qué estamos acostumbrados a etiquetar el mundo y qué métodos pueden ayudarnos a descifrar los mensajes en el día a día. Creo que la conclusión clave que se puede sacar de esta lectura es que el mundo puede estar mal, podemos estar en una mala situación, pero al mismo tiempo el mundo puede estar mejorando y uno no excluye al otro. Todo depende de nuestra perspectiva y habilidad para manejar los números, que nos ayudan a entender no tanto las estadísticas como lo que hay detrás de ellas. No se debe exigir a los medios que se vuelvan más honestos de la noche a la mañana y que dejen de asustarnos con terribles titulares. Más deberíamos esperar de nosotros mismos: más esfuerzo para analizar la información, más fe en el progreso y más coraje para buscar la verdad.